Esos momentos Mágicos

Siéntate que te contaré como empezó nuestra historia. Esas fueron las palabras de Antonio a su nieto quien llevaba el mismo nombre. Él, era su regalón, nunca se lo había dicho por miedo a que los otros se enteraran, pero su adoración era única ya que siempre habían vivido juntos. Constantemente conversaban, se acompañaban y eran cómplices ante su hijo y su nuera. El Antonio abuelo, era muy admirador del cine italiano y junto con su nieto, veían a su parecer las cinco mejores películas que las tenían enumeradas. Había un día durante el mes dedicado para esto. Partían con La vida es bella, después con Cinema Paradiso, continuaban con La dolce vita. Cuando terminaban de ver las tres primeras, comían algo para reponerse y así continuar con las dos restantes que eran Bellísima y por último, el ladrón de bicicletas. Esto era un ritual necesario para seguir viviendo con tranquilidad y en armonía con las artes. Disfrutaban estar juntos y sentir la sensación italiana del dolce far niente que los hacía quedar en un letargo de emociones cruzadas. Al terminal el ritual fílmico, comentaban algunas cosas nuevas que habían descubierto en cada película. Lo que venía después, era solo reírse de las historias del abuelo, las aventuras precoces y sentimentales de su nieto y alguna que otra copucha que anduviese rondando por el barrio o de la familia. De todo lo que conversaban, había solo un tema que no se podía tocar y era el de la abuela Amelia. Ella había sido el amor de la vida de Antonio, y le costó mucho tiempo asimilar su pérdida. Estaba consciente de que aún no se recuperaba, pero con la ayuda de su hijo y su nieto había podido salir adelante, y ya al menos, podía cargar con el peso de su ausencia. En algún momento de la conversación hubo silencio incómodo entre ellos, y él, hace días que tenía esa sensación de querer hablar de ella. Por una parte, quería comprobar cuanto le dolía recordarla y por la otra, hace tiempo que le había prometido a su nieto que le contaría como la conoció. Cuando estuvo preparado, le pidió a su nieto que le diera una copa de vino tinto y que conversaran en la terraza. En ese lugar habían pasado con Amelia los momentos más felices y difíciles de su relación. Tenía que armarse de valor cada vez que estaba ahí, era inevitable que los recuerdos no lo invadieran y no lo dejaran emocionarse y derramar algunas lágrimas. Fue entonces que comenzó su relato. Recuerdo exactamente que el 16 de Mayo de 1962, esa es la fecha en que la vi por primera vez. Yo venía de jugar el partido de fútbol tradicional de todo los Miércoles y fue que de camino a casa, la vi sentada en la plaza López comiendo un helado y leyendo El Gran Gatsby de Fitzgerald. Si tú supieras la excitación que sentí en ese momento y las ganas inexplicables que tenía de hablarle, creo que podrías dimensionar lo que en ese momento me costaba contenerme. Me quedé pasmado con esta visión que no era parte de mi imaginación, sino que era real. En un principio quedé prendado de su pelo rojo que parecía burdeo, su cara delgada y unos ojos verdes inmensos que brillaban con el sol y a veces cambiaban de intensidad con la época de año. No te puedo graficar para que comprendas la belleza que ostentaba tú abuela. Las fotos que conservamos, le hacen un flaco favor a la hermosura de su sonrisa, el brillo de sus ojos, a los cuales no me podía resistir cuando me miraba para pedirme algo y con ellos, conseguir que yo hiciera lo que ella quería. Como no pude evitarlo, me acerqué con toda la galantería que disponía y tuve la suerte que el libro que leía, sabía algo de él, por una reseña del diario, así que este fue mi enganche para entrar en conversación. Créeme, lo intenté e hice mi mayor esfuerzo, pero tú abuela tenía una especie de protección que le impedía decirme algo o mostrarse más gentil, solo conseguía de parte de ella, repuestas en las que solo asentía o respondía con monosílabos. Como vi que ella no prestaba atención a nada de lo que yo decía, me puse tonto porque no encontraba palabras que estuviesen a la altura de lo que ella parecía, y mientras pasaban los segundos, me colocaba más nervioso porque ella me miraba con cara de ¡Qué quiere este tonto! y eso me perturbaba y me impedía seguir hilando las ideas. En el primer acercamiento no tuve ningún éxito y se levantó y se fue, yo quedé estupefacto y sin poder decir nada. Lo que vino después, no fue tan diferente al comienzo, me costó demasiado que tú abuela me regalara dos minutos de su tiempo, y cuando lo conseguí, es parte de un gran anécdota que ahora te contaré. Yo en mi casa planificaba estrategias para poder captar su atención, ella todo los días se sentaba en la misma banca, a la misma hora y leyendo un libro. Yo había dispuesto todos mis recursos para que me dejara hablar, pero no lo conseguía, así que me coloqué extremo y puse una cuerda en el árbol que estaba cerca de donde se sentaba, y si no me escuchaba y no aceptaba mi invitación a salir, la amenazaría con colgarme y ella sería la responsable. Sé que suena tonto y la verdad con los años no ha dejado de serlo. El punto es que la cosa se me salió un poco de las manos, y cuando ella llegó, le grité para que me viera y le pedí conversar. Al verme, se puso a gritar como loca y alertó a toda la gente que estaba cerca de la plaza. Esto provocó un gran revuelo hasta el punto de que llegaron los bomberos para bajarme, como quien baja un gato del árbol. En ese momento, yo estaba enceguecido y no me importaba el daño que me podía causar y le empecé a decir que la única forma de que me bajara, es que aceptara salir conmigo. Cuando se lo dije, su primera respuesta fue no, yo continué insistiendo y me seguía diciendo que no. Al ver que no daba su brazo a torcer, me puse la cuerda en el cuello y hacía gestos de que me lanzaría. Esto provocó que ella volviese a gritar y que contagiara al resto de la gente que hacía lo mismo. Así que antes de lanzarme le volví a preguntar y casi llorando por la histeria… aceptó. Al bajar con la ayuda de los bomberos, se acercó a mí llorando y me dijo una cantidad de improperios sutiles que todavía recuerdo con claridad, pero no te los contaré para que no rompas la imagen correcta que tienes de tú abuela. Pero seamos honestos, me lo merecía.
Cuando salimos, ella aún estaba muy enojada por lo que había hecho, pero a medida que conversábamos, le sacaba algunas sonrisas y poco a poco iba haciendo que se soltara y todo entre nosotros fluía más rápido. Fuimos de menos a más, cada vez compartíamos más tiempos juntos. Ella me pasaba a buscar al trabajo y nos sentábamos en la plaza López a comer un rico helado, y mientras ella me leía, compartíamos juntos un libro, lo comentábamos y en algunas ocasiones, discrepábamos de su contenido. En otras oportunidades, íbamos al cine, teníamos días de campo, escuchábamos la música en vivo todos los Sábados en la plaza y disfrutábamos nuestro tiempo juntos. Nos fuimos enamorando sin mirar atrás y borrando todo lo malo que nos pasaba, porque creo que cada beso que nos dábamos, era el maná de nuestro amor. Cuando estábamos separados, era tremendamente desesperante y ambos no podíamos dormir pensando en el otro. Recuerdo que en alguna oportunidad no aguanté y a la mitad de la noche fui a verla a su casa y le toqué su ventana, y ella como si me estuviese esperando, salió y se puso feliz, se abrigó y salimos a caminar sin rumbo, pero no era necesario tener uno, porque estando al lado de ella, ese camino se convertía en un refugio, en el que podíamos estar horas y horas sin dejar de besarnos o al menos compartiendo el silencio, que avanzaba tan rápido que nunca lográbamos sumergirnos en él. En una de esas tantas salidas nocturnas, es que su padre nos vio y me comenzó a gritar y se me abalanzó para golpearme, pero con el escándalo, su madre se interpuso, se calmó y le explicamos que estábamos pololeando desde hace un tiempo. Eso provocó más su ira, pero lo aceptó y me exigió que fuera durante el día porque era urgente que conversáramos y le pidiera permiso. Como podrás imaginarte hice todo eso, le pedí que nos dejara estar juntos, a lo cual no tuvo reparos en eso siempre y cuando cumpliera con una serie de condiciones que debía respetar, que para mí eran exageradas, pero créeme que no había nada que me pudiera molestar o me impidiera estar con Amelia. Después la presenté en mi casa y a todos le agradó, porque era bonita, educada y distinguida y siempre me recalcaban que era lo mejor que había llevado y sin duda lo era. Te contaré un detalle que ni tú padre sabe y es cuando realmente me di cuenta que tu abuela era la mujer para mí y la que siempre había esperado. Llegó el día de su graduación y ella estaba muy entusiasmada de la fiesta que realizarían en la noche. Yo me puse todo galán, me vestí para la ocasión con un traje de mi papá que siempre me había gustado, compré la mejor colonia que había para sentirme fragante e incluso me conseguí el auto de mi tío Ricardo. Llegué a su casa y cuando la vi bajar, quedé helado, si tan solo la pudieses ver me comprenderías. Se veía maravillosa, me faltan palabras para poder describir como relucía esa mujer. Ella poseía una belleza natural increíble, pero con ese vestido plomo, su peinado y su infaltable sonrisa, era para desaparecer al instante y olvidarnos de todo. Pero eran otros tiempos y las cosas se hacían correctamente y ni pensar en aventuras sexuales y ni que nos aguantaran en alguna de las casas que estuviésemos solos en nuestras piezas como tú lo haces con las chicas que traes para acá. Cuando nos fuimos, íbamos muy felices, nada podía arruinar nuestra noche, excepto que el auto se descompusiera. En serio, en la mitad del camino ese maldito Fiat 600 se echó a perder. Traté de arreglarlo, pero no sabía nada de mecánica, así que improvisé y ahora que lo pienso… solo lo dejé peor. Nada de lo que intenté daba resultado, comencé a perder la paciencia y ya se nos estaba pasando la hora para llegar a tiempo al baile de inicio. Amelia no decía nada y no recuerdo si tenía alguna expresión que delatara como se sentía, por mi parte, estaba muy avergonzado y no podía dejar el auto botado ahí, porque no era mío y tendríamos que habernos ido caminando y hubiésemos llegado al otro día. En un momento yo estaba tan furioso, que me coloqué de espaldas al auto sin decir nada y fue en ese momento que tú abuela se acercó, me abrazó y me comenzó hacer cariño en la cabeza y comencé a relajarme. Yo no quería decir nada y tampoco sabía de qué hablar, pero todavía recuerdo las palabras que ella me dijo: No te preocupes, en este momento no hay nada más importante que estar juntos. La fiesta es solo una excusa para seguir compartiéndonos. Nada me importa si estoy contigo, porque nada me falta y sabes que te amo Antonio, y si no estuvieses aquí, de veras que me sentiría muy triste. Mira vi que en el auto hay una botella de espumante, sí, esa que trajiste, por qué no la compartimos y la pasamos bien aquí. En ese momento pensé que lo hacía como de resignada, pero con los años, me reafirmó lo que me dijo esa noche y que lo volvería hacer muchas veces más de ser necesario. En fin… nos quedamos ahí en el auto, abrimos la botella, colocamos la radio y bailábamos con las copas en la mano y el sonido de la canción de Sinatra, Strangers in the Night en nuestra propia fiesta de graduación. Ese gesto que ella tuvo, fue el que reafirmó que ella era la mujer, mi otra mitad, mi verdadera esencia y el amor de mi vida. Toñito no sabes como la amo todavía, compartir la vida con ella fue lo mejor que me pudo haber pasado. Juntos formamos una gran familia, lindos hijos que nos dieron lindos nietos. Espero y tengo la esperanza de que también vivas en tu vida un amor así. Ese amor que solo te puede otorgar el ser amado, ella era mi tesoro, y como dicen por ahí, donde está tu tesoro, está tu corazón, y sin dudarlo ni un minuto… Ella era el mío. Cuando el abuelo Antonio terminó de contar la historia, su nieto lo abrazó y juntos lloraron emocionados y embargados por los recuerdos que Amelia traía. Cuando el día terminó, cenaron en familia y se fueron a dormir. Para el Abuelo Antonio fue tremendo contar esta historia y no se pudo aguantar las ganas de volver a la terraza, colocar la canción de Sinatra que habían escuchado esa noche, y se puso a bailar solo imaginando que lo hacía con ella. Disfrutaba del recuerdo de esos momentos mágicos que solo ella le entregó, y que él esperaba haber sido lo mismo para ella. Cuanto deseaba ver de nuevo a su querida Amelia, daría su vida por verla un solo segundo, pero sin entender y sin cuestionar lo que pasaba, fue que ella apareció a su lado con su rostro de juventud, le extendió la mano para que bailaran juntos esa canción que solían colocar en cada aniversario, y eso fue lo último que hicieron juntos para luego vivir en la eternidad su verdadero, limpio y cauto amor, llenos de momentos mágicos que solo ellos podían crear y después de que la muerte los asaltó, siguieron compartiendo junto a la eternidad.